miércoles, 16 de mayo de 2007

Las líneas de mi piano


(Al preceptor, 2002)


Mientras poseías las letras ocultas de mis huesos, apresurada me veía elucubrando intensas murallas de sudor. Imaginaba tus dedos, tu torso, tu cuello, cada uno violando las tensas teclas de mi intimidad. Tu aliento alienaba mis espacios vespertinos, ruborosos e inquietos, que tiritaban en las fibras del placer.

¡Tus verdes llamas me exigen oscuridad!

Sin temblores accedí a perderme en tu explosión dorsal. Sin temores, hice tuyas las ansias carnales que provocas y aquel incendio de mi boca, que me quemaba las palabras y te destrozaba la piel.

Me ahogué varias veces con tu sangre en mis adentros, con los inefables instintos en el cuerpo, que consumían mi desnudez.

Orgulloso pretendías tus licores, ¡dios inexistente con tus lluvias en mi altar!, como si la herencia de tus ancestros mantuvieras segura bajo la estrecha nube que se escondía en mi falda.

¡Tus verdes lanzas me exigen libertad!

Recorrías atrevido la imagen del deseo enfurecido, bendita pasión temeraria que me endemonia toda. Rasgaste la densa hostilidad de mi cadera dominando mis antojos prohibidos.

Lujuriosas melodías entonaban los instintivos roces de tus hebras flexionadas, cada noche que el hervor de tu pecho complacía. Consumamos las tinieblas con tal magistralidad, que ya descansada sobre tu regazo, contemplaba el dulce sometimiento de tu esclava, en la perdición de nuestra partitura.

¡Tus verdes me exigen!