martes, 8 de enero de 2008



La muñeca respira a escondidas,
rota.
Imitando desgastada a la memoria,
recurriendo a los excesos de la luz.
Cae la noche y se fascina toda.
No controla.
Se devora infinita.
Sigue el curso de la piel hasta la cruz.

La muñeca nunca afirma ni tampoco se incomoda.
Prefiere ahogar su alma entre los espejos.

Dilatada angustia…

Después de haber vivido,
un poco de éxtasis
suele consumirla,
y a estas horas,
se dispone infinita a no preguntar.