martes, 8 de enero de 2008

Ella desata en mi garganta contracciones del verbo profundo,
sutiles espamos de inocencia y una vida más febril.
Desarma con silencio mis encantos.
Arrebata con su vida mi placer.

A través de la ciudad, la esperada muerte
la sacude intensa en mi fatiga
cuando su piel concentra la amenaza en
el perfume natural de mis caderas.

Me regocijo en el instante del vértigo.
En incontinencia, la pronuncio.
Acaricio su gravedad.

Desplazamos nuestra furia elemental
al abismo que no cuenta,
a la carne que no rechaza,
a la lógica que no persigue;
y vive de mi cuerpo en humedad.