jueves, 9 de agosto de 2007

Día cero

Estoy serena.
Henry se ha ido y la distancia solo hace que me entregue
más a su presencia, como órgano extenso, como droga brutal.

Lo disfruto y, aunque no lo sienta, sé que él también lo hace.

Le entregué poder. Me sometí. Exigí. Contemplé.
Henry es la prueba suma de que puedo amar lo mundano, a pesar de mi consistencia etérea y mi fugacidad.

A Henry le debo placer y es mi dicha verlo complacido.

Pero a Henry también le he mentido. No ha sido casualidad. El amor que creo sentir no fue accidental. Yo lo propicié. Yo lo permití. Aun sabiendo que tengo poder para contener.

Mi sangre no pretende lo contrario. Lo quiero porque me da la gana, hasta que el olvido me mate o las ansias me condenen.